Tradición de nuestros abuelos. El Pib Yucateco 1950, por Carlos Duarte Moreno. Acogimiento de la tierra materna, calor de nuestros leños, condimento esencial y casero que hoy, como ayer y como será seguramente mañana, prepararon con afán pacífico las manos de nuestras mujeres empeñosas.
¡La madre, la hermana, la novia, la mujer, la hija!… Para que, en el día de muertos, nuestra mesa hogareña, ofrenda del maíz que dieron los elotes dóciles, manteca auténtica y olorosa, achiote de pudor legítimo, tomates de salud vegetal pulida y lisa y apazote, nuestro apazote popular e ingenuo, sobre sus tablas recién lavadas con jabón, con sosquil y con hojas de ciricote ostentase, olor único, incitación imponderable, nuestro clásico «pib» inconfundible e insustituible a la vez, señor de nuestra regional constancia, devoción del pueblo y costumbre de la ciudad.
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Ritual de indios…
¡Ah, «el pib yucateco«, ritual de los indios, obediencia de los mestizos, dulce obligación de los criollos, exótico sabor de los extranjeros! !Primero de noviembre, con sus neblinas y con sus recuerdos, con sus preocupaciones y su sabor en el alma y su gula en el cuerpo! Dulce vaivén del ánimo y de la mente en las casas yucatecas, desde la choza de paja renegrida y enana, hasta el palacete alto blanco de cal y amarillo de oro…
¡»Pib»… Preocupación de todos nosotros, lágrima y consuelo, libertad y nudo de nuestras emociones y de nuestro guion de vida tranquilo y compensador. El Pib Yucateco 1950. Desde que nos dimos cuenta de las cosas, en el viejo hogar iluminado por la presencia inolvidable de nuestra madre cuyo corazón estaba lleno de caminos.
Recuerdo dedicado a nuestros muertos
El «pib» fue de un modo aparentemente extraño, hermano del recuerdo dedicado a nuestros muertos; aparentemente extraño porque en estas cosas y sobre estas cosas que hacemos utilizando elementos que nos da la tierra, para cocerlo en la tierra quien sabe qué proyecciones esotéricas existen por hondo simbolismo con aquellos seres a quienes amamos en la tierra misma y que hoy en la tierra están durmiendo en el hondo misterio del todo y de la nada…
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Círculo de inquietud y de punto impenetrable en las costumbres yucatecas, todas ellas cuajadas de fuentes y de herencias. Y desde el viejo hogar, el primero de noviembre nos cantó con un doble sentido de cocina en trajines y de ofrenda de almas.
El retrato de los abuelos, con su marco ancho y dorado, presidiendo la vida de la casa desde el alto sitial de las paredes. La efigie de los tíos y de los amigos en el álbum familiar que estaba sobre la mesa de centro de los muebles de la sala. Una ojeada al álbum, una mirada hacia la pared. La cabeza baja en homenaje a los que nos quisieron y se fueron para siempre y para nunca.
Hacer «poc» las barretas de plátano
¡Pobres!… Así decíamos casi musitando, mientras en la cocina, la servidumbre hacía «poc» las «barretas de plátano» preparaba la masa, abanicaba el fuego y, luego, en el centro del patio abría el agujero donde uno a uno, iba poniendo los «pibes» sobre las piedras que parecían de coral. Desde entonces..
Y así nos quedó la devoción y el sabor del «pib» y así los hemos mantenido por los caminos de las horas y por las calles de la fiel observancia.
Hoy ineludible condición de lo que vive y aparece, en las paredes del recuerdo y en las páginas del encendido afecto hay otras figuras de seres a quienes amamos en la tierra y que se fueron un día en una caja negra bajo un manto de flores.
El rico olor de los pibes enterrados
Pero doblemente arraigada, más profundamente saturando nuestra emoción, el primero de noviembre ha llegado de nuevo con su recuerdo de muertos y con su olor de «pibes».
Pequeño y soberano conjunto del ofrecimiento de la tierra nuestra, manteca auténtica y olorosa, tomates de salud vegetal pulida y lisa, apazote popular e ingenuo, achiote de pudor legítimo y masa blanca y humilde que dieron los dotes dóciles. El Pib Yucateco 1950. El «pib» está más allá de su calor cuajado al calor de nuestra tierra hervida y de su sabor especial integral y claro.
El Pib yucateco es un aroma de almas una bestia con corazón de maíz indígena, un ofertorio natural y cándido, heredado y puro, sencillo y trascendental, que las manos fervorosas de los años, alzan el primero de noviembre, sobre sus altares misteriosos de la cien veces sagrada tierra de los mayas.
Mérida la de Yucatán, a 2 de noviembre de 1950
Por: Carlos Duarte Moreno (Hijo de D. Delio Moreno Cantón)
De: Revista Yikal Maya Than publicado originalmente en el «Diario del Sureste«.