Continuamos con la historia de D. Buenaventura Vivó, El extranjero en Mérida V.
Cansado de correr calles y hacer visitas, determiné retirarme a mi posada para dar tregua a la agitación moral de aquel día, y a la fatiga física que me dominaba. Me despedí de aquel perfecto caballero, dándole muestras de mi eterno reconocimiento, y me metí en el hotel.
Mi compañero de viaje no estaba allí, mas no tardó en llegar.
¿En dónde estamos? amigo, me dijo al entrar en el cuarto ¡Qué novedades trae usted doctor?
Mérida es un “focus” de magnetismo, y yo estoy perfectamente magnetizado, me respondió exaltado.
¿Tan pronto, doctor? pero dígame, ¿qué es lo que le ha sucedido, qué es lo que ha visto, por qué está usted tan entusiasmado?
¡Qué quiere usted que me haya acontecido! Me he presentado en cinco casas diferentes, y en todas ellas se me ha tratado como a un príncipe, o, mejor dicho, como a un hermano. Sobre todo, ¡qué hermosas caras he visto…! ¿sabe usted, amigo, que este es el país de las bellas?
Me voy a casar
No hay remedio, me voy a casar en Mérida.
Poco a poco, doctor, usted está bajo la influencia del magnetismo. Puede ser que al despertar cambie usted de opinión. Pero dígame ¿qué le parece a usted la ciudad?
Hermosísima, y más hermosísimas sus muchachas. ¿sabe usted que aquí hasta en el aire se respira candor?
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Esto está virgen, amigo mío: la desmoralización, consecuencia de la civilización, ha respetado a este país.
Conozco lo que usted dice; pero, hombre, sosiéguese, no esté tan conmovido, hablemos de la ciudad y no de sus habitantes.
Usted está cargado de fluido magnético, y es preciso extraérselo. ¿Quiere usted que le de algunas pasas*?
No, amigo mío, mil gracias.
*Se llaman pasas a cierto movimiento de las manos en las inmediaciones del cuerpo, y cuyo principal objeto es imprimir a extraer aire del magnetizado, según se le quiera aumentar o disminuir el fluido.
Lo que me gusta de Mérida
En cuanto a la ciudad le diré que me gusta mucho: sus calles son anchas, largas y perfectamente alineadas, sus casas son verdaderos palacios pues su capacidad es extraordinaria.
La ciudad en masa es hermosa, no pudiéndose negar que es moderna. Pero para su completa hermosura, según mi opinión, le faltan dos cosas.
¿Cuáles, doctor?
Un empedrado en sus calles que evitase el continuo fango que en ellas se ve, y el que se pintasen las fachadas de las casas. Entonces Mérida sería una ciudad coqueta, con unas armas completamente ofensivas para magnetizar a cuantos extranjeros la visitasen.
La fortaleza
¿Ha estado usted en la fortaleza, doctor?
Chit, chit… …no me la miente usted, amigo, no me mate usted la ilusión que en este momento abrigo. La fortaleza es la parte triste, es el cementerio de Mérida.
¡Doctor, por Dios! La imaginación de usted divaga.
No, amigo mío, la fortaleza es el reverso del cuadro de la ciudad. El extranjero en Mérida V. Es un edificio abandonado. Un edificio en ruina. Un sepulcro colosal en cuyo frontispicio se lee «Aquí yace la gloria.»
¡Es posible, doctor!
Sí, amigo, sí, ese monumento es la gloria de una ciudad.
Si la ciudad no lo cuida, si la ciudad lo abandona, lo destruye, lo mata, y de consiguiente también mata su gloria.
Poco a poco, doctor: según me ha dicho hoy el caballero que ha tenido la bondad de acompañarme a ver ese castillo, creo que el gobierno actual trata de mejorarlo, reponerlo, y usted habrá observado que ya hay en su interior los elementos necesarios para ello.
Todo eso está muy bueno, pero usted no ignora que en las pocas horas que estamos en Mérida, no hemos tenido tiempo para entrar en los proyectos del gobierno, ni tampoco averiguar las causas justas e injustas que han originado su actual estado. Yo manifiesto solamente la impresión que me ha causado: en lo demás no me meto.