El extranjero en Mérida IV

Continuamos con la historia de D. Buenaventura Vivó, El extranjero en Mérida IV.

Mi primer paso fue el de presentarme a algunas personas para quienes traía cartas de recomendación, las mismas que me recibieron con esa amabilidad que encanta el alma y cautiva el corazón, haciendo nacer un profundo cariño, una sincera amistad e inextinguible agradecimiento en la persona del que la recibe

Después de las ofertas de costumbre, y de una infinidad de atenciones prestadas con el más elegante gusto por el dueño de la casa, una señora de las allí presentes, joven hermosa y rebosando toda ella de donaire y candor, se dignó dirigirme la palabra:

   

¡Había usted ya estado en Mérida, caballero? me preguntó llena de gracia. El extranjero en Mérida IV.

Señora, esta es la vez primera de mi vida.

Mérida es una ciudad «aburrida»

¡Oh! Entonces le prevengo a usted que no le gustará nuestra pobre ciudad. Ofrece muy poco aliciente a un extranjero. No hay distracciones. Estoy segura de que se va usted a fastidiar muy pronto.

Puede ser que no, señora. Sobre todo, si todas las señoras están dotadas de la amabilidad de Usted.

El extranjero en Mérida IV
El Ayuntamiento de Mérida en los 1880s.

Mil, gracias caballero; pero agradeciéndole el favor, no puedo admitir la lisonja.

Señora, no es lisonja, que es justicia.

Un almuerzo

Basta, dejémonos de cumplidos. Usted se queda a almorzar con nosotros: ¿no es verdad?

Por hoy me dispensará usted señora: mi compañero de viaje me espera, y….

   

No importa, se le enviará un recado para que venga. Se le mandará la calesa, y con esto tendremos el gusto de tenerlos a ambos.

Pero….

No hay peros, no hay excusas que valgan. Estará usted sentado a mi lado y al lado de mi marido. Entre los dos, yo me encargo de cuidarlo.

¿Me hará usted este desaire?

Esta pregunta fue acompañada de tanto candor, de tanta pureza, que me imprimió una sensación difícil, imposible de describir. El extranjero en Mérida IV. Una de esas sensaciones que van con el hombre al sepulcro, y que no le es dado al tiempo destruir. Las palabras de aquella buena señora eran tiernas, cándidas, benevolentes, pero de una sencillez e inocencia muy ajena del siglo de ilustración en que vivimos.

Acepté, y ¿qué joven invitado de tal modo, por tan noble criatura, hubiera tenido fuerzas para resistir?

   

Se avisó de que el almuerzo estaba servido.

Señores, cuando ustedes gusten, dijo el jefe de la familia.

Ofrecí la mano a aquel ángel de pudor; nos aproximamos a la mesa, y mi humilde persona fue colocada en el sitio distinguido.

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No hubo obsequio, no hubo atención que no se me prodigase con un particular esmero por los dueños de la casa, y en particular por aquella hermosa dama que hacia los honores de la mesa con una dignidad y gracia verdaderamente admirable.

¿En dónde estoy? me preguntaba a mí mismo ¿Si estaré magnetizado?

Encantado por el trato recibido

A la verdad, tanta sencillez y franqueza no es muy común en las ciudades de la culta Europa, en donde la etiqueta, la diplomática o, mejor dicho, falsedad ha sustituido a aquellos primitivos tiempos en que reinaban tan bellas costumbres. ¡O tempora, o mores! (es una locución latina que se puede traducir como ¡Qué tiempos, qué costumbres!)

   

Concluyó se el almuerzo, y el presidente de aquella respetable familia quiso de todos modos hacer las veces de “cicerone” (Es un término antiguo para designar a un guía de turismo, alguien que dirige a turistas y visitantes por museos, galerías y similares explicándoles aspectos de interés arqueológico, histórico o artístico.), acompañándome por una gran parte de la ciudad, enseñándome los edificios de mayor mérito, haciéndome cuantas explicaciones les eran concernientes, y, lo que, es más, presentándome en diferentes casas de su conocimiento, en las cuales no fui menos bien recibido que en la suya. El extranjero en Mérida IV. Generalmente en las ciudades de todo el mundo, un extranjero que carece del menor conocimiento infunde, por muy recomendado que sea, cierta desconfianza que aleja toda familiaridad de su trato.

La apariencia del forastero

En Mérida no es así. Un forastero infunde confianza, su persona es tratada con una afabilidad sorprendente, muchas personas lo consideran como un individuo de la familia. Esto prueba que sus habitantes, si no son cautos, tampoco son hipócritas, y juzgando a los extranjeros por sí mismos, obran bajo la impulsión de la naturaleza, que siempre es amiga de la novedad.

Ellos son buenos, y por lo tanto consideran también a los demás buenos. ¡Noble modo de pensar!

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