Continuamos con la historia de D. Buenaventura Vivó, El extranjero en Mérida VI.
¿Y qué le ha parecido usted La Alameda?
¿Qué quiere usted que le diga? El conjunto de ella no me ha desagradado, es chica para la población, pero, aunque chica es bonita. Su estado es un verdadero preludio que predispone el ánimo para no extrañar el de la fortaleza. La Alameda es una “antecámara” de ésta.
No creo que haya muchas señoritas que vayan a pasear por ella.
Pero ¿por qué?
Porque el piso de aquel paseo les debe lastimar los pies.
Íbamos a continuar nuestra plática, cuyo interés me agradaba, cuando el mozo de la posada nos previno que se nos esperaba a la mesa.
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Nos dirigimos al comedor, pero antes de llegar a él, un número del “Siglo XIX”, diario político que ve la luz en Mérida, llamó mi atención, lo cogí de la silla en que estaba, y me puse a leer.
¿Qué tal encuentra ese diario, usted que ha sido periodista? me preguntó mi compañero.
Si he de juzgar del todo por solo este número, le diré que se halla perfectamente escrito. Que sus redactores poseen por principios el periodismo. Que su director da muestras de conocer esta clase de trabajos. El extranjero en Mérida VI. Pero que ni su corrector, ni su impresor manifiestan tener todo el esmero que requieren estos papeles, porque ni está bien corregido, ni tampoco bien impreso.
La literatura moderna se ha refugiado en el periodismo. Si éste no se cuida, se adultera aquella. Verdad es que la precipitación con que se componen y se tiran los diarios, impide, las más de las veces, que salgan con la claridad y limpieza debidas, y quizá estará escaso el país de buenos cajistas y prensistas.
Por otra parte, por un solo número no puedo formar mi opinión. Puede ser que no sea así siempre, y que este haya sido el único mal corregido y mal impreso. Digo como usted, doctor: yo manifesté solamente la impresión que me ha causado. En lo demás me meto.
Función en el Coliseo
Pues ya que tiene usted un diario en la mano, mire qué función hacen esta noche en el coliseo.
El “Arte de conspirar”, doctor.
Pues vamos a tomar localidades.
No, señor, ahora vamos comer.
Nos presentamos por primera vez en la mesa del hotel. Cuatro forasteros más se hallaban ya sentados en ella. Nos saludamos recíprocamente, y la conversación recayó en cosas insignificantes, como suele acontecer entre viajeros desconocidos que la casualidad reúne. Se dice comúnmente que los viajeros entre sí, aunque jamás se hayan visto, se alían y tratan con una franqueza extraordinaria. Esto no es exacto.
El viajero cuanto más viajero es, esto es, cuanto más mundo tiene, tanta más reserva emplea. No hay duda que acostumbra demostrar franqueza, pero esta franqueza es aparente, fantasmagórica. El extranjero en Mérida VI. Es sólo para cubrir las formas, porque en el fondo no existe sino después de saber, y saber muy bien, con quién se trata. La comida, pues, fue diplomática. ¡Qué diferencia de ésta al almuerzo!
En este todo había sido llaneza, y el corazón respiraba. En aquella todo era reserva, todo superficial, y el corazón se oprimía. He aquí dos sensaciones diametralmente opuestas, en una misma ciudad, en un mismo día. ¡Este es el mundo!
Las localidades para la función
Después de haber tomado el café, salimos a buscar localidades para la función de la noche. Ignorábamos dónde estaba el coliseo, pero como preguntando a Roma se va, pudimos al fin dar con él.
¡Qué aspecto tan triste tiene el exterior de este teatro! Exclamó mi amigo: este es un mal agüero.
¡Diablo! no es preciso juzgar por las apariencias, le respondí. “El hábito no hace al monje”, y bajo una mala capa hay un buen bebedor.
-Allá veremos, pero según nuestro pacto debemos separarnos: con que adiós.
Adiós, doctor.
Mi amigo se dirigió, por un lado, yo por el opuesto. El sol estaba ya en su ocaso, y un airecillo suave hacia agradable la tarde. El extranjero en Mérida VI. Caminaba sin dirección ni punto fijo, ora extasiándome en una cosa, ora en otra, mirándolo todo con mucha atención, y abriendo tamaño ojos cada vez que veía a alguna hija de Eva.
En mis adentros pensaba el doctor tiene razón, este el país de las bellas. Aquella tarde no vi ni una fea.