Hay en nuestros corazones un sentimiento, una fuerza irresistible que nos conduce y arrastra hacia lo misterioso. Nunca levantamos la frente para dirigir nuestras miradas al edificio cuyos cimientos hemos visto trazar desde niños. Ruinas de Convento y Ciudadela. Las Ruinas de un Convento de la Ciudadela de San Benito. D. Serapio Baqueiro, 1860. La Guirnalda.
Un palacio que se levanta soberbio en medio de una ciudad populosa o un templo cuyas torres se elevan hacia las nubes. No producen en nosotros gradas sensaciones si ese palacio y ese templo los hemos visto construir desde nuestros primeros años.
Por el contrario, un edificio que se pierde en la noche tenebrosa de los siglos. Que es testigo del nacimiento y de la muerte de muchas generaciones y que se conserva todavía la señal de un hecho notable en las páginas de la historia de un pueblo. Infunde en nosotros un sentimiento de veneración y de respeto que nos inspira y nos da valor para investigar su origen, cantar sus desgracias y su desastrado fin.
¿Por qué, pues, tenderemos a contemplaciones tan sombrías? No buscamos la causa fuera de nosotros. El hombre, es un misterio, es inmortal por ese destello de divinidad, que el Señor imprimió en su rostro, y por eso a que nosotros nos admiran y arrebatan aquellas cosas que por su antigüedad, parecen remontarse hasta el origen de los siglos.
Recorrido por el interior
Era una tarde de agosto de 1855, el sol se ocultaba en el ocaso, y en la noche vencedora, derramaba sus tintes de tristeza en la ciudad. Un amigo de acompañaba. Marchábamos silenciosos a la Ciudadela de San Benito. Llegamos a la puerta y le manifestamos al oficial que estaba de guardia, nuestros deseos de visitar las ruinas. El permiso nos fue concedido y entramos.
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Un sentimiento de religión y de filosofía se apoderó de nosotros. Dos iglesias, como efigie miserable de los siglos, alzábanse en medio de las ruinas, la una, conocida con el nombre de San Antonio, y la otra con el de San Francisco. Nos dirigimos hacia la primera. Entramos. Un número considerable de soldados descansaban al pie de sus armas.
Se levantaron y después de saludarnos, pasaron a mostrarnos los objetos que más llamaban la atención de aquel templo. Nuestro eco resonaba en sus anchas bóvedas. Un ruido marcial se escuchaba en aquel lugar donde en otros tiempos se entonaban cánticos de alabanza a Dios.
Las ruinas del convento
Vimos tres altares, todos en un estado muy deplorable. Un crucifijo y una imagen de nuestra Señora se encontraban en el primero. Las paredes de la iglesia sucias y denegridas, en una de sus partes laterales decía estas palabras: «Batallón 6° de línea, 4a compañía«.
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Nada más teníamos que ver y nos salimos. Nuestra imaginación se perdía en una larga serie de siglos. Palpitantes nuestros corazones nos dirigimos al otro templo. La misma miseria y los mismos objetos de tristeza se presentaron a nuestra vista.
¡Cuán profundas son las huellas de la desgracia! ¡Cuán grande el rastro que la humanidad deja en su paso! Mueren los hombres, desaparecen loa pueblos de la Tierra. Descienden generaciones al sepulcro y se reducen al polvo. Pero las murallas de sus ciudades, sus casas y sus templos, con sus almenadas torres, quedan en medio de sus ruinas, enseñando al mundo lo efímero de sus glorias.
Designios de la Divina Providencia, que tiene todas las cosas en el hueco de su mano y que nosotros únicamente debemos bendecir.
Bajo el peso de estos sentimientos, pasamos en seguida a ver lo demás del convento.
Había un hermoso patio
Nos dirigimos a una ancha reja situada hacia el norte. Pasamos por unas escaleras. Visitamos las piezas de arriba y bajando, enseguida nos dirigimos a un hermoso patio. ¡Qué cuadro tan bonito! Estaba en un estado tal de decencia, que parecía más bien un lugar de recreo. Un estanque lleno de agua cristalina, una noria y un sinnúmero de sembrados puestos con orden y simetría. Todo esto formaba una perspectiva sencilla, pero alegre y deliciosa.
Pasamos a las piezas arruinadas y por el contrario del cuadro que acababa de presentarse a nuestra vista, era aquel un lugar de silencio y de recogimiento. La voz de los padres franciscanos parecía escucharse en medio de aquellos montones de piedra y de tierra. Dejamos aquel lugar de las eternas sombras y nos subimos a la muralla. Diremos lo que Sánchez (D. Manuel Sánchez Mármol): «Mérida estaba tendida a nuestros pies«. Aquel era un espectáculo lleno de poesía, jamás lo olvidaremos.
Mérida, Yucatán a 24 de junio de 1860.
D. Serapio Baqueiro
Nota de Yucatán Ancestral 2023: Todo parece indicar que se trata de D. Serapio Baqueiro Preve, abogado, historiador y periodista. Nacido en 1838 en Dzitbalchén, todavía Yucatán en esa época, actualmente estado de Campeche. Hermano del célebre músico y compositor D. Cirilo Baqueiro Preve, mejor conocido como «Chan Cil«. Fue gobernador provisional de Yucatán en 1883. Falleció en Mérida en 1900.