Primera parte. Deseas dar un paseo por esta hermosa capital y me preguntas que si puede un honrado hijo de vecino que cuida muy por menor de su individuo, aventurar su frágil humanidad en una de las diligencias que acaban de establecerse de Mérida á Campeche. Un viaje en diligencia 1841. La feria de Izamal. Autor: «José Turrisa»
Para darte una respuesta categórica era preciso saber hasta qué punto te empeñas en complacer a ese tu descarnado y enjuto cuerpo, pues no hay duda que los huesos sufren algo más que los músculos, en los choques fuertes.
Puedo asegurarte, que un viaje en la nueva diligencia no es mejor a la verdad ni más cómodo, porque hay necesidad de ciertas cosas que la empresa no puede ni debe suplir, obstáculos que a ella no toca superar, y que sin embargo los arrostra a merced de mucho dispendio de fuerzas y dinero.
No puede ser más laudable un empeño tan decidido. Los coches en efecto, son magníficos, fuertes, cómodos y construidos con el mayor esmero, lujo y elegancia: los caballos son vigorosos, robustos, jóvenes y bien tratados. Las postas están muy proporcionalmente distribuidas por la carrera. Los cocheros son hábiles y diestros en el manejo de las riendas; pues para desterrar cualquier viso de preocupación que pudiera existir en algunos jóvenes, los empresarios mismos suelen echarse encima esta penosa y recia carga, que no deja de ser fatigante, y a veces peligrosa.
El camino muy malo
Pero el camino es verdaderamente infernal, no todo él, sino el trozo corto que media entre Campeche y el pueblo de Tenabo. Un viaje en diligencia 1841. A veces las piedras se hallan tan multiplicadas y erizadas, que el menor efecto que causan, es obligarlo a uno a hacer tales gestos y visajes tan raros, que provocarían la risa del más grave y circunspecto viajero.
Aquella es una escena originalmente grotesca. Me acuerdo como si fuera hoy, que mis pobres narices estuvieron a pique de sufrir una atroz y lamentable desgracia, en medio de aquellos críticos sacudimientos.
En hora menguada dirigía la palabra a una señora que tenía enfrente, cuando ocurrió uno de esos tremendos y espantosos balances. Un viaje en diligencia 1841. La feria de Izamal. Mi cabeza fue a chocar con violencia sobre la frágil y perecedera cabeza de mi vecina, y sin saber cómo, mis narices se encontraron escoradas en la boca de la buena señora, que nada tenía de desmolada, y casualmente la abría para responder a una de mis preguntas.
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Podía volar dentro de la diligencia
Sorprendida con la presencia de un cuerpo tan extraño en un lugar en que no lo esperaba, apretó con tal fuerza y pujanza, que me desnarigara sin duda, si los robustos brazos de un coronel que también viajaba en nuestra compañía, no hubieran puesto fin y término a semejante aventura, para mi muy desagradable y poco galante: un gran trecho de tiempo me estuve restregando la parte herida, y en adelante procuré escudarme lo mejor que me fue posible.
Varios lances ocurrieron por el mismo estilo. Acercándome también, que en uno de esos fuertes sacudimientos, se desenganchó el correón que sirve de respaldo a los asientos de en medio del coche, y el coronel con dos jóvenes que tenía a derecha e izquierda, se encontraron súbitamente arrastrados hacia atrás, cayendo entre los pies de los que tenían a sus espaldas. Unos y otros lanzaron un gran grito, que no solo azoró y consternó a todos los viajeros, sino que además hizo que los caballos se desbocaran por un gran trecho, que siendo tan áspero como lo anteriormente andado, ofreció mil embarazos y confusión, y no fue sino después de mucho tiempo, que pudo restablecerse el orden.
Continúa aquí: La Feria de Izamal 1841
Nota de Yucatán Ancestral 2022: «José Turrisa» era el seudónimo usado por el escritor, novelista, historiador y jurisconsulto mexicano, Justo Sierra O’Reilly (1814-1861).