El Viernes Santo en Mérida 1861

A continuación le presento una transcripción de un interesante texto publicado en el De: Repertorio Pintoresco de 1863. Se trata de un escrito del obispo de Yucatán, D. Crescencio Carrillo y Ancona fallecido en 1897. El Viernes Santo en Mérida 1861. Cuando escribió esta publicación, aún era presbítero, ya que había sido ordenado sacerdote apenas en 1860.

El Viernes Santo en Mérida 1861

He aquí el día de los grandes y sublimes misterios de la religión del crucificado. Mérida que es una ciudad de cosa de veinticinco mil habitantes unánimemente católicos, cuyo número se aumenta casi doblemente en este día con la afluencia de las poblaciones comarcanas, ostenta hoy el cuadro extraordinario de un gran pueblo que se agita y conmueve solemnemente con el recuerdo de los misterios del Gólgota. ¡ El recuerdo de un Dios inmortal y soberano, que en el jardín de los olivos tiembla de congoja y suda arroyos de sangre.

   

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Que su presencia de sus enemigos sucumbe. Ante sus jueces calla. Que es burlado y cruelmente atormentado. El Viernes Santo en Mérida 1861. Es conducido con ignominia al Calvario, y es enclavado en una cruz donde las sombras de la muerte encubren su semblante, anublan la luz de sus ojos, y abandonándole en congojosa agonía exhala un grito de amor y de misericordia, y muere…

Los Misterios

Hasta ayer la pompa que en casi todos los templos de la ciudad se desplegó en conmemoración de los misterios cristianos fue con un aparato de solemnidad augusta. Las campanas repicaron a vuelo por última vez, las banderas sueltas undularon en alas del viento, los briosos corceles y los carruajes de paseo giraron aún por las calles.

   

Todavía anoche brillaban como grandes focos de luz hermosísima y pura, con adornos de botellas de color y vasos de flores, los sagrarios de la Catedral, de S. Juan de Dios, del Divino Maestro, de la Tercera Orden, de Jesús-María, de las religiosas concepcionistas, y de otras iglesias en que marchando de unas para otras andaban los fieles rezando las estaciones, al mismo tiempo que las melodías de la música llenaban el aire impregnado del suave aroma del eneldo y de la amapola.

Hoy no: al llamamiento monótono y sordo de las matracas, id desde muy temprano a las iglesias, y veréis que los espléndidos monumentos han desaparecido como por encanto. Hallándose en su lugar altares sombríos, melancólicamente encubiertos de fúnebres velos, porque la Iglesia ha creído con razón poco suficiente el color violado para expresar su tristeza, y le sustituye por eso el negro.

La muchedumbre

Mirad en la Catedral una muchedumbre inmensa postrada sobre las lozas del pavimento. Ese pueblo no asiste al sacrificio augusto, porque en este día no le hay. El Viernes Santo en Mérida 1861. El oficiante comulga con la hostia consagrada ayer y expuesta a la veneración púbica.

El Viernes Santo en Mérida 1861

En lugar de sacrificio, los salmos, las profecías, y la pasión cantada por tres sacerdotes junto con la cruz que tendida en el suelo sobre una fúnebre alfombra se expone a la adoración, he aquí las cosas que reunidas constituyen el lúgubre objeto que se presenta a la contemplación de los cristianos.

   

El pabellón nacional está abatido a media asta, las armas a la funerala, los transeúntes a pie y enlutados.

La procesión

Dirigíos conmigo desde la Catedral hacia el norte y doblemos al poniente en la primera esquina, desembocando en la espaciosa calle que corre de la Mejorada a Santiago (calle 59). Ya son las nueve de la mañana, y gentes que vienen de todas direcciones se encaminan como un gran ejército a la capilla de Jesús-María, que se halla situada a la mitad de esta calle.

Aquella capilla si bien pequeña la y de poco majestuosa apariencia, es en esta hora el punto de reunión de todos los estantes y habitantes de la ciudad. Su arquitectura es sencilla, y su profundidad apenas será como de cincuenta a sesenta pies con una latitud proporcionada: tiene dos puertas laterales, y una principal, en medio que mira frente a la calle, en decir, al sur.

   

Pero esta pequeña capilla es grande y augusta en tan solemnes instantes, porque contiene una estatua de Jesucristo en actitud de llevar sobre sus hombros una pesada cruz que el Cirineo le acompaña a llevar, obra la mas acabada del arte que supo representar a Jesús con la verdadera expresión del dolor. El Viernes Santo en Mérida 1861.

Reunión dentro y fuera de la capilla

Porque el humilde y fervoroso cristiano, postrado con fe ante esta representación de tan adorable misterio, puesta la mano en el pecho y arrasados: los ojos en lágrimas, liquidase su corazón como la cera bajo los rayos del sol, al parecerle contemplar en aquella sagrada imagen al mismo Jesús que con la huella de la aflicción en su semblante, ostentase con una melancolía y una gravedad modesta, tan tierna e inefable, que hiriendo profundamente los sentidos y el alma, se concilia el amor, la conmiseración y el respeto.

La multitud se atropella, porque cada uno quiere entrar en la capilla, y no siendo esto posible, queda hecho como un solo cuerpo compacto la reunión de toda clase de personas que desde el pie del altar se extiende hasta el atrio y la calle.

   

Entre tanto, un orador ocupa ya el púlpito, y abriendo sus labios renueva en sus oyentes la memoria de la pasión del Señor. ¡Ah! En día tan solemne, y ocupado de un asunto de por sí tan tierno, tan patético y elocuente, aún cuando el orador sagrado narrase simplemente, sembrando su discurso de reflexiones oportunas, derrama lágrimas de ternura y contrición al hablar de un Dios moribundo.

La sentencia

Y esto es suficiente para conmover a su extenso auditorio, compuesto de dóciles fieles. Desde una tribuna o elevado balcón del mismo templo, se da lectura a la sentencia de Jesús expedida por Poncio Pilatos, presidente de la Judea por el sacro romano imperio, y luego al punto al son destemplando de las cornetas y las cajas, sale la procesión del Jesús con la cruz a cuestas.

   

El movimiento de la muchedumbre agolpada en la calle, la guardia de dragones vestidos de riguroso uniforme y desenvainadas sus espadas, el relinchar de sus caballos, el sordo sonar de las trompetas, la noble pero abatida figura del Nazareno que descuella en medio, y un sol ardiente que asesta sobre escena tal sus deslumbradores rayos. El Viernes Santo en Mérida 1861. He aquí el cuadro imponente que hace de Mérida un remedo de la ciudad de David, aquella ciudad por cuyas calles pasó el maltratado Jesús marchando al suplicio del Gólgota.

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En esta procesión se van rezando los pasos de la vía sacra en memoria de las catorce estaciones de la vía dolorosa, y cuando al pasar por el monasterio de las Religiosas concepcionistas. Ahí se le une la procesión de una estatua de la virgen que representa a esta creación pura y sublime del cristianismo, presa del dolor y del desconsuelo de que es capaz el corazón de una madre tierna, que sale al encuentro de su hijo Dios que camina al suplicio encorvado bajo el peso de la cruz de su propio martirio, entonces ¡ay!

   

Rostro ensangrentado de Jesús

No parece sino que nos hemos trasladado a la contemplación actual del misterio que se recuerda, y ya creemos tener también ante la vista aquella mujer Verónica, que limpia el rostro ensangrentado de Jesús, y que recibe en premio de su piedad el rostro divino estampado en el paño. Ya nos parece ver a las piadosas matronas, que deshaciéndose en lágrimas contemplan al hijo de Dios hecho una llaga desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza, y que volviéndose a ellas les dice que no lloren por él sino por sí mismas y por sus hijos.

El Viernes Santo en Mérida 1861

Cuando es ya cerca del medio día, la procesión de vía crucis está de regreso al punto de su partida, y ya podéis venir a observarla conmigo en el mejor punto de vista. Esta es la hora en que Jesús hace ya cerca de diez y nueve siglos (hoy casi veinte siglos, si la muerte de Jesús ocurrió en el año 33 de nuestra era.), agonizante, denegrido con el sudor, la sangre y el polvo, y secos sus labios y su lengua por una abrazadora sed, llegaba jadeante al Calvario.

Procesión sobre la actual calle 59

Parécenos verlo en realidad cuando esta procesión encaminada por la gran calle de Santiago, está situada a orillas de la plazuela de Jesús, descollando en torno suyo las empinadas torres de la Catedral, de la Tercera Orden y los edificios de las casas cercanas: figurándonos ver así aquellos suntuosos edificios del templo y de los palacios de la ciudad deicida, de cuyas puertas salió Jesús un día con la cruz a cuestas, y de la cual no ha quedado piedra sobre piedra.

   

Este lugar, el más a propósito sin duda, es donde se tomó en fotografía la vista de esta procesión, que copiada en litografía, presentamos a nuestros lectores al principio de este artículo.

En la inestabilidad de las cosas humanas, y mucho más en las de nuestra especial política, no acertaremos a asegurar si las procesiones de la Semana Santa de 1861 (*) han sido las últimas de su género entre nosotros o no. En opinión de algunos, es probable que el uso de las procesiones desaparezca bien pronto de entre nosotros. Si esto es verdad, acaso la procesión del Nazareno de que acabamos de hablar hubiese sido la última, o una de las últimas, y la posteridad apenas llegue a tener de ella la memoria que hoy consignamos en estas páginas.

   

El triunfo de los esfuerzos que los revolucionarios reformistas hacen para descatolizar el carácter público de nuestra sociedad, poniendo en su lugar la libertad de cultos que restringe sus actos en los recintos de los templos, traerá consigo el olvido de las augustas ceremonias del culto público nacional. Y entonces tendrán que ocurrir a países católicos los que deseen extasiar su espíritu religioso en la expansión noble y libre de sus sentimientos ortodoxos.

(*) Con esta fecha escribimos este artículo.

«Jueves Santo de 1848» del Dr. Justo Sierra

Así nuestro apreciable compatriota el Dr. Justo Sierra, (A quien citamos con tanto más gusto en la materia, cuanto que nadie podrá tacharle de retrógrado y fanático), escribiendo no del Viernes Santo como nosotros, pero sí del Jueves, refiere haber pasado este día en Washington, capital del país protestante de los Estados Unidos, el año de 1848, con estas notables palabras. «Me causó cierta pena y tristeza ver pasar en Washington el Jueves Santo como los demás días del año, y sin observar ninguno de aquellos signos públicos que estaba acostumbrado A ver en semejante día. Los católicos y los episcopales lo celebraron en sus templos en silencio y sin aparato alguno, pero no era eso lo que mi corazón buscaba. ¡Quería entonces hallarme en Mérida o en Campeche!» (*)

   

Sin embargo, el comportamiento religioso, grosero por demás y, de todo punto indigno de la buena educación con que muchísimas personas se conducen en nuestras procesiones religiosas, nos hacen no desear estas sino solo para aquellos tiempos en que la gente es o devotamente sencilla o civilizadamente devota. El Viernes Santo en Mérida 1861. Porque el hombre solo es bueno cuando es sencillo, o cuando esta bien ilustrado. Haciéndose insoportable cuando por un poco que ha oído o leído, llega a tener la aprensión de que sabe mucho. Por eso Bacon dijo cuerdamente, que la mucha filosofía nos acerca a Dios, pero que el poco saber nos aleja de él.

El medio día

La procesión de Jesucristo con la cruz acuestas termina entrando al medio día en la capilla de que la visto salir por la mañana. Son las doce, y esta es la hora en que los enemigos de Jesús despejándole inhumanos de sus vestiduras, le colgaron de la cruz que sobre sus mismos hombros condujeron hasta el lugar del suplicio. Y en la agonía de tres horas pronunció aquellas siete palabras que el Evangelio consigna en sus sagradas páginas.

   

En recuerdo de esta agonía, tornad a la iglesia Catedral, y allá veréis figurado el Calvario con verdes y frondosos ramos, que entretejidos en un elevado armazón, forman como un monte de rudo y expresivo aspecto, a cuyo pie está el cordero ensangrentado, cual si se hallase próximo A espirar en el árbol de la cruz de que cuelga su humanidad adorable, pendiente de clavos de fierro que taladran sus pies y sus manos.

Las tres de la tarde

Un sacerdote en el púlpito dirige la devoción de las tres horas, que no concluye sino hasta las tres de la tarde.

(*) Véase «El Jueves Santo» del folletín de El Fénix tomo 1°, núm. 32, correspondiente al 5 de abril do 1849.

«¡Las tres! ¡Hora de la muerte del Redentor! ¡ Hora que oyó el grito que hizo temblar la tierra, hender las rocas, despedazar el velo, ocultar el sol, abrir las tumbas y resucitar los muertos; el gran grito CONSUMATUM EST

El Viernes Santo en Mérida 1861

Cerca de la hora de ocultarse el sol en su ocaso, la gente de Mérida reúnase de nuevo no ya en Jesús-María, sino en el magnífico templo de la Tercera Orden. De allí sale la procesión que corona todas las de la Semana Santa, y es la que se denomina el santo entierro. El clero, las cofradías y un gran número de personajes diferentes, vestidos de riguroso luto, marchan por delante con vela en mano, en dos ordenadas filas; mientras que por atrás van los hermanos del Santísimo y el cuerpo de autoridades.

   

Mas atrás, la caballería, la artillería y un escogido cuerpo de tropa acaban de realzar con su imponente marcha el suntuoso aparato del culto público que se merece todo un Dios, que siendo el Señor de los ejércitos, tiene sus delicias con los hijos de los hombres, hasta el grado de inventar un modo admirable de morir de amor por ellos.

El santo entierro

A lo lejos descúbrese por la misma ruta de la procesión del santo entierro, la de la virgen de la Soledad, que descollando bajo un negro palio, entre una inmensa valla de mujeres que alumbran con blanquísimas antorchas de cera, aparece inconsolable y triste. El Viernes Santo en Mérida 1861. Llevando en la mano el paño con que enjuga las lágrimas que brotando de sus ojos sin desahogarle el afligido corazón, deben servir mezcladas con la sangre de su hijo Dios, para lavar las manchas de nuestros corazones corrompidos.

Es yo entrada la noche cuando estas procesiones regresan al punto de su partida. Verificándose lo mismo en las parroquias de algunos suburbios, como en Santiago, y S. Cristóbal, de donde también salen procesiones. Quedando así terminadas en Mérida esas patéticas ceremonias que la Iglesia católica usa en este día santo de la muerte vivificadora del Salvador del mundo.

Marzo 29, viernes santo de 1861.

CRESCENCIO CARRILLO.

Fin de la transcripción.

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