En medio de ese inmenso promontorio de ruinas, pavesas y cenizas que cubre el suelo yucateco, en medio de ese cuadro triste que hiere el corazón, que arranca profundos suspiros, que enerva el alma. Templos católicos de Yucatán 1860. Además, que renueva no sin dolor la aún todavía ensangrentada llaga que produjo en nuestros pechos la tea (1) incendiaria y el hacha cruel del salvaje, que más de una vez ha amenazado nuestra existencia. También nos ha hecho abandonar los lugares donde vimos por primera vez la luz del día y en donde reposan los venerados restos de nuestros padres. Por Pbro. Norberto Domínguez, La Guirnalda 1860.
Unos templos arruinados
Se levantan cual las naves después de una tormenta los templos católicos. Unos arruinados, otros en ruina y otros, como ha dicho el Sr. Castillo Peraza (2), «la yerba que ha cundido las torres y las bóvedas de aquellas, las precipita a su ruina con mengua de nuestros días».
Estas palabras anuncian una triste realidad. Una verdad que no puede negarse pero ni aún dudarse. Y que, contemplada bajo todos los aspectos, parece que el mal no tiene remedio, porque inmediatamente se presentan obstáculos al parecer insuperables.
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Éstos son el estado normal de penuria en que nos hallamos y el tener que luchar con intereses particulares, fundados quizá, en la falta de ideas exactas y buenas del asunto. Sin embargo, recordemos que nuestros templos son templos del Dios vivo, que en ellos habita, que es el Criador de todas las riquezas, y por más que le demos, es nada, porque todo es suyo, y suyo porque lo sacó de donde no existía.
Recordemos igualmente que la sociedad cristiana para seguir el curso que le marcó su institutor, ha distribuido el cuidado de sus distintas partes a diversas personas, que por cumplir su misión y no ser responsables ante Dios y los hombres, es necesario que hagan una abnegación completa, una abnegación heroica de sí y de sus propios intereses.
Gobierno de la Iglesia Católica
La Iglesia católica, gobernada por los concilios (1860), y los sumos pontífices, su cabeza, han dispuesto sabiamente que los templos católicos sean reedificados, con las décimas de los frutos, esto es, en caso de que los haya y sean suficientes.
¿Qué deberá hacerse cuando no los haya o no sean suficientes? Oigamos en este particular al sacro concilio de Trento, que en la sección XXII, cap. VII de reforma, dice así: «Cuiden (los obispos) también de reparar y reedificar las iglesias parroquiales así arruinadas, aunque sean de derecho de patronato, sirviéndose de todos los frutos y rentas que de cualquier modo pertenezcan a las mismas iglesias. Los Templos católicos de Yucatán 1860. Y si éstos no fuesen suficientes, obligando a ello con todos los remedios a todos los patronos y demás que participen algunos frutos provenidos de dichas iglesias, o en su defecto, de éstos obliguen a los parroquianos, sin que sirva de obstáculo apelación, exención ni contradicción alguna.»
La iglesia parroquial ha de ser reparada
Del sabio y laborioso Lambertini en su instrucción pastoral, extractamos literalmente estas palabras sobre el mismo asunto, muy conformes con todos los canonistas: «La iglesia parroquial ha de ser reedificada o reparada con el ramo de fábrica, si le hay. Si no le hubiere, es obligado el párroco no con sus bienes patrimoniales, sino con los réditos del beneficio, después de deducir lo necesario para que su congrua subsistencia y la de su familia y parientes. Los que tienen beneficio eclesiástico en aquella iglesia. El pueblo y los habitantes de la parroquia, aunque sean arrendatarios de fondos ajenos y el dueño more en otro lugar. Pudiendo indemnizarse en este caso, reteniendo la pensión correspondiente.»
Antes de traer otros documentos, razonaremos. Los Templos católicos de Yucatán 1860. Los señores párrocos son unos eclesiásticos designados y canónicamente constituidos por el obispo para que presidan una iglesia determinada, en la cual administren perpetuamente la palabra divina y los sacramentos al pueblo puesto a su cuidado.
Los señores curas
Constituidos los señores curas beneficiados perpetuos, deben procurar cuanto les sea posible perpetuidad. Constituidos también en una misión santa y vicarios de Cristo, deben así mismo procurar que todas las cosas correspondientes a aquel gran Dios, digno de toda honra y respeto, sean también santas y dignas de respeto.
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El Dios santo que habita en las alturas y a cuya presencia se eclipsan las bellezas espirituales, habita en nuestros templos con toda su majestad y su gloria. Si el templo de Salomón, que sólo era una figura de éstos, y en que se depositaba el Arca santa, fue hecho con tanta pompa y riqueza, con tanto cuidado y esmero. Si aquel templo en que sólo ofrecía la sangre de los toros, cabritos, etc., exhalaba su suave olor, estando sus paredes forradas de oro purísimo, se conservó con tanto afán que al cabo de muchos siglos llamaba la atención a todas las naciones.
Decencia con la que deben ser conservados los templos
¿Con cuánto mayor cuidado y decencia deben ser conservados nuestros templos, en los que se ofrece no ya la víctima antigua, sino la víctima santa, la víctima por excelencia, la víctima que con su sangre ha borrado, borra y borrará los pecados de la humanidad?
Por esta razón, los concilios, pontífices y los obispos han procurado con sus disposiciones y esfuerzos que los templos católicos correspondan con su decencia al Dios que en ellos habita. Ya por las disposiciones antes citadas, recordarán señores curas que están muy obligados bajo pena de un antema general, a que todos los fondos de fábrica, si los hay, se inviertan religiosamente en la composición y reedificación de sus iglesias.
A estas disposiciones se añade que el estado de los templos no sólo manifiesta la civilización de los pueblos, sino también la ilustración, virtudes y buen gusto de los párrocos que, teniendo una misión santa, no deben tener más tesoro que el incomparable beneficio de ser ministros de Cristo y dispensadores de sus gracias, lo que vale más que todas las riquezas despreciables que puede desear y apegarse el corazón del hombre.
«El Señor ha sido siempre mi herencia, la misma, Dios mío, que siempre me conservais.» Su tesoro es el de Cristo, son las almas que con infatigable celo deben ganar: cada una es un tesoro verdadero, un gran mérito que nunca se borra del gran libro. Los Templos católicos de Yucatán 1860. Por esto deben procurar que se inviertan los fondos de fábrica en la reedificación de las iglesias, y si no los hay, de todas sus rentas, sacando sí, su congruo sustento, porque el ministro vive del altar y Dios es su herencia.
Advierten que existen arboledas en techos de algunos templos
Para que podamos hablar con acierto y especialidad de las iglesias de Yucatán, traemos a la letra una circular de nuestro dignísimo prelado, en la que se manifiesta el celo con que siempre ha procurado que nuestros templos no sean la mengua de nuestros días, y para recordar a todos sus obligaciones.
«Gobierno del obispado de Yucatán, Tabasco, etc. Nuestro Ilmo. y dignísimo prelado ha tenido noticias fidedignas de que algunos templos y casas curales se encuentran en tal abandono, que la arboleda que se halla sobre sus techos los deteriora. De manera que los que no se hallan arruinados, amenazan estarlo próximamente. En este concepto, excita el celo de los señores curas, a fin de que se repare aquel lamentable prejuicio, confiado en que las respetables autoridades franquearán los auxilios que necesiten para obra tan recomendable, así por su religioso objeto, como porque debe interesarse igualmente en su cumplimiento la buena policía de los pueblos. Mérida, septiembre 6 de 1850. Diego Larena, oficial mayor.»
La pobreza de algunas parroquias
Es muy público y notorio que algunas de nuestras parroquias están tan pobres, que no tienen ni aún para proporcionar a sus curas su sustento, y que sólo permanecen en ellas, porque sus ministros son amantes de la humanidad. De manera que a éstos sólo les incumbe la circular anterior, para excitar al pueblo religioso y autoridades.
El primero para que con una mano reedifique el templo y con la otra, atienda a sus necesidades, siguiendo el ejemplo de los israelitas cuando reedificaron el templo de Salomón. Y las segundas, para que uniendo sus esfuerzos con los de los señores curas, agencien, procuren y atiendan una obra que tanto interesa a todos.
De este modo cumplirán un deber, satisfarán una necesidad de conciencia, y el resto del Estado, en la unión de S. S. Ilma., conocerán que saben cumplir las obligaciones de cristianos católicos, apostólicos, romanos.
Mérida, julio 19 de 1860.
Pbro. Norberto Domínguez.
Notas de Yucatán Ancestral 2023:
(1) Se llama tea a la astilla de pino o de otra madera impregnada con resina. Una vez encendida se utiliza para alumbrar como si fuera una antorcha. Novísimo diccionario de la Lengua Castellana, con la correspondencia Catalana, Pedro LABERNIA, 1853.
(2) D. Joaquín Castillo Peraza.