Cementerio General de Mérida 1846

Desde hace algunos meses vengo revisando y transcribiendo textos antiguos relacionados con la historia de Yucatán. En esta ocasión, esta interesante nota que describe cómo era el actual Cementerio General de Mérida en esa época, hace unos 180 años. Cementerio General de Mérida 1846. Menciona que era una finca y quien era su propietario inmediato anterior. Historia de Mérida. Historia de Yucatán. Igualmente relata una dramática escena del entierro de un difunto humilde. De «El Registro Yucateco», 1846.

Cementerio General de Mérida 1846
El Cementerio General de Mérida en las primeras décadas del Siglo XX

¡XCOHOLTÉ!…

Al leer esta palabra un extranjero o algún yucateco de los que no saben muchas cosas fuera de las que pasan en su casa, ¿Se podría figurar que es el nombre de un campo santo destinado a recibir los restos inanimados del hombre? ¿Podrá creer que es el lugar sagrado, último asilo que la religión señala a las cenizas de la humanidad?

   

Sin embargo, aun conserva este nombre eminentemente profano el cementerio general de esta capital… Xcoholté fue una casa de campo u hacienda de cría perteneciente a la familia de D. Joaquín Lara, a quien en 1821 fue comprada dicha finca para erigirla, como en efecto se verificó, un cementerio general. Cementerio General de Mérida 1846. Entonces hubiera sido conveniente que el nombre Xcoholté, hubiese sido cambiado en otra advocación más digna, más respetable, más significativa.

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Tan santa como el lugar que en cierto modo se profana con la denominación vulgar de Xcoholté, aún cuando esto sólo se considere propio del vulgo irrefléxico y poco meditabundo. No trataremos de manifestar las influencias de los nombres de las cosas, pues sobre ser obvio y notorio que tienen mucha importancia, nos hemos detenido en estas ligerísimas observaciones por incidencia.

   

Una visita al cementerio

En la tarde del 21 del corriente (noviembre de 1846), un amigo y yo nos dirigimos al cementerio general, guiados, lo confeso, más por un estímulo de curiosidad, que por un espíritu piadoso. Eran las cinco de la tarde, y al entrar nosotros por el portón principal a la calzada ancha y recta que conduce al panteón, lo hacían también varias personas del pueblo conduciendo en hombros, tres o cuatro féretros humildes que contenían los cadáveres de los deudos o amigos de aquel fúnebre acompañamiento.

Lo que encontró

Xcoholté aún (en 1846) está muy lejos de ser un panteón regular. Carece de forma. Los sepulcros desordenados aparecen aquí y allá. El arte nada tiene que ver con ellos. Una cavidad más o menos profunda. Piedra común y argamasa, torpe y broncamente aplicadas. Material grosero en todo sentido. He aquí lo que constituye esos sepulcros en las las familias más acomodadas depositan las cenizas de sus padres o parientes, mientras que las de los más pobres yacen bajo la tierra natural, en tristes y olvidadas sepulturas, que solo adorna una que otra planta que espontáneamente suele extenderse a la superficie. (Nota 1)

   

Alguna vez acaso se encuentra una flor morada o amarilla que levemente agitada por la brisa, llama la atención del frío y duro sepulturero, para echar sobre ella el filo de su terrible azadón y abrir una nueva zanja. Entonces los huesos mezclados con la tierra y con la flor, saltan a las orillas del surco que comienza a formarse, y todo se revuelve y confunde con el polvo. Esto es lo más común. (Nota 1)

Cementerio General de Mérida 1846
Otra imagen del Cementerio General de Mérida en las primeras décadas del Siglo XX.

Lo que esperaba el autor que fuera el cementerio

Sin embargo, en Xcoholté podría formarse un panteón que ofreciese un aspecto más venerable y más consolador. Cementerio General de Mérida 1846. Historia de Mérida. Historia de Yucatán. La cultura y el arte, excluyendo las pretensiones del orgullo y la vanidad, deben mezclarse y tomar parte. Deben emplear sus recursos hasta en la morada de los difuntos.

Una galería de sepulcros perfectamente trazada, daría a este lugar una especie de dignidad, no solamente compatible, sino además muy propia de la santa religión que profesamos.

   

¿Por qué no ha de ser muy justo, muy piadoso y muy natural, el proporcionar a las cenizas de nuestros predecesores, urnas bellas y venerables en que halle consuelo nuestra ternura, y satisfactorio pábulo nuestra gratitud?

Lo que hay en los pueblos más cultos

Bástenos saber que esto se observa en los pueblos más cultos. Allá donde el flujo funerario de los panteones, inspirando un recogimiento religioso, mueve a la piedad. Ahí donde las inscripciones diestramente esculpidas y dulcemente expresadas por el amor o por la amistad, imprimen en el corazón del mortal contemplativo, sentimientos de tierna y suave melancolía que lo transportan a la eternidad.

Allá donde la luz ténue de las lámparas funerarias esparce por todas partes, un resplandor débil, pero sublime, poético y dulcísimamente triste y encantador, que arroba, entusiasma y produce el placer de la contemplación. Ese placer inefable que solo conoce el hombre arrodillado a los umbrales de un sepulcro, medita, llora y ruega en tiernas y devotas oraciones por los que se fueron.

   

El aparato fúnebre y artístico de un panteón tiene su eficacia particular, una ilusión, si se quiere, pero una ilusión de consuelo, como los encantos gratos de la fe y de la esperanza.

Pero entre el humo que se desprende de la bujías, se nos figura ver que vagan las imágenes de los que nos han sido más quieridos y yacen en el sepulcro.

En medio de un camposanto es donde desaparecen de nuestro espíritu, las innobles pasiones, ardiendo en él solamente la antorcha de la caridad.

Dramática escenas que observó

Ahora bien, ¿experimentamos acaso tales impresiones en nuestro cementerio general de Xcoholté? No por cierto: otras y muy desagradables son las que encontramos.

Mi amigo y yo no dejamos de observar lo que pasaba cuando se daba sepultura a aquellos cadáveres que introdujeron al mismo tiempo que nosotros entrábamos en Xcoholté.

El sepulturero, el imbécil y fiero sepulturero, arrojaba con el más chocante desprecio, aquellos humildes cajones en sus respectivas zanjas, y casi burlándose de las amargas lágrimas de los deudos que tributaban este último homenaje de su ternura, casi arrojándoles a la cara, la tierra humedecida con aquel llanto, se apresuraba a terminar una escena que aparentaba con la más cínica indiferencia.

   

Al final, a beber aguardiente

¿Y luego?… Luego seguía otra escena menos cruel, pero más lastimosa, más desagradable, más vil. Esos mismo deudos del que acababa de ser enterrado, procuran sobre ese mismo sepulcro, calmar su dolor y enjugar sus lágrimas. Pero, ¿por qué medio?… Han separado del cuello del difunto, el rosario que llevaba. Le han colgado a los brazos de una cruz sembrada en medio del cementerio. Cementerio General de Mérida 1846. Han destapado un frasco de aguardiente, y procuran ahogar en aquel líquido su dolor y sus cuitas (Penas, tristeza, aflicción).

¿Mas dónde, en qué parte del mundo no suceden estas o semejantes cosas entre la clase ínfima? Sucederá en todas. Pero embriagarse, profanar de este modo los lugares consagrados a la oración y al recogimiento, lugares en que suele triunfar el espíritu. Bajarlo ellos mismos a última y más vergonzosa degradación… ¡Oh!…

Donde los cementerio presentasen un aspecto más venerable, no sería posible que esto pasase…

Mérida 24 de noviembre de 1846

P. B. cuyas iniciales corresponden a D. Pantaleón Barrera.

Agradezco al Arqlgo. D. Luis Millet Cámara, quien me comentó que las iniciales corresponden a D. Pantaleón Barrera Cámara, quien fue político, periodista y escritor. Además fue Gobernador de Yucatán por breves períodos en 1857 y en 1861. Recordará que «El Registro Yucateco» fue un periódico literario, redactado por «una sociedad de amigos«. Historia de Mérida. Historia de Yucatán. Este texto se encuentra en el Tomo Cuatro, y fue publicado en Mérida Yucatán por la «Imprenta de Castillo y Compañía» en 1846.

Nota 1: Estos párrafos marcados con la Nota 1, también se mencionan en el libro: “El Cementerio General de Mérida sus voces y su historia” del Dr. en Antroplogía Limbergh Herrera Balam, Ayuntamiento de Mérida 2011.

Actualización del 8 de noviembre de 2023

Fue en marzo de 1884, esto es, 38 años después del relato anterior, que se instaló el primer teléfono en el Cementerio General de Mérida. Éste nuevo dispositivo estaba conectado al Registro Civil, o sea, no estaba abierto a otros aparatos. Era comunicación directa. Esto fue posible al director general del ramo Lic. Salazar Carbonell.

De. Revista de Mérida, marzo de 1884

Mérida, Yucatán a 14 de agosto de 2023

C.P. Humberto Sánchez Baquedano

Caminata en el Cementerio General de Mérida Yucatán 24-oct-2020: