Visita Chichén Itzá 1923

Hace apenas un siglo, cien años, se relataba así una visita a la antigua ciudad maya de Chichén Itzá. Es un texto de la autoría del Sr. Vidal González. Visita Chichén Itzá 1923. En esa época, estaba en construcción una carretera para llegar a Chichén Itzá desde Dzitás, que semanas después de esta publicación se inauguró. Fue el gobernador de entonces, D. Felipe Carrillo Puerto. En Dzitás estaba la estación de ferrocarril, que se usaba para viajar en aquella época. En una futura publicación daré detalles del suceso.

La crónica a la que nos haremos referencia aquí, inicia así: Vinimos a Chichén Itzá dispuestos a no asombrarnos demasiado por no romper la armonía helénica de la ponderación. Para ello, contamos con la ventaja de catálogos y demás empirismos arqueológicos. No entonaremos, pues, la palinodia circunstancial de los turistas trascendentales.

Visita Chichén Itzá 1923
   

Nos acompañan en nuestra peregrinación dos señoritas que hablan inglés. Este detalle lingüístico reviste suma importancia, pues da al grupo carácter de “verdadero” turismo. Hablando inglés y llevando una cámara Kodak en la mano, puede uno representar el papel de turista sin desmerecer de los ingleses que van a Nínive y a Pompeya.

Inicio del recorrido

Al salir de la hacienda de Mr. Thompson ( Nota de Yucatán Ancestral 2023: Edward Herbert Thompson, conocido como saquedador de objetos prehispánicos de Chichén Itzá. Se encargó de dragar y extraer del Cenote Sagrado, infinidad de objetos que fueron enviados a los Estados Unidos. ), el guía nos dice que vamos a visitar el edificio llamado Ah-Kab-Tzib («House of the Dark Writing» o «Casa de la Escritura Oscura» o «Escribiendo en la oscuridad»), donde nos sorprende por primera vez la extraña estructura de los pretendidos monumentos mayas. Estas habitaciones oscuras, largas, cerradas por esa característica bóveda triangular son clave que distingue las construcciones de esa índole.

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También observamos en sus muros la impresión escalofriante de una mano pequeña, como suele ser la de los indios, fijada con una pintura roja, que nos inquieta como una amenaza sangrienta. Este signo representa, según la tradición, al «yum» (señor) de los edificios. Los indios de las montañas Rocallosas usan igualmente el mismo vestigio macabro estampado en sus trajes de piel de búfalo.

   

«Las Monjas» y «El Caracol»

De «Ah-Kab-Tzib» nos trasladamos a «Las Monjas«. Puestos en la plataforma principal, donde se alza un cúmulo de edificios afines, admiramos la desconcertante ornamentación esterior de sus muros centenarios y trepamos, curiosos y absortos, al cuerpo superior del edificio que por una originalísima escalera, semiperpendicular y semidesmoronada.

El guía nos muestra entonces otro edificio al norte, al que se denomina «El Caracol«, que no es otra cosa que el destruido templo de Kukulcán. Aunque parece medio desmoronado, ofrece un aspecto singular y se enseñorea ventajosamente sobre los demás edificios que le rodean. Es algo único y diferencial. (John Lloyd) Stephens asegura haber visto otro parecido en las ruinas de Mayapán.

Es indudable que el nombre de «El Caracol» con que se distingue este monumento fue sugerido por su peregrina estructura. Figuraos un cono descomunal empenachado de molduras y cornisas inverosímiles y rematando en un ápice atrevido, en un alarde de ornamentación, como una chapitel retorcido. Algo que responde a una escalera elíptica que asciende interiormente, pero que sorprende el ánimo con su forma pintoresca y única.

   

Sólo la bóveda triangular de las galerías nos recuerda que estamos en Chichén Itzá.

Historiadores

El historiador yucateco D. Eligio Ancona Castillo asegura que la religión de Zamná prevaleció generalmente sobre Kukulcán, pero no hay un sólo edificio que no nos hable del culto de la serpiente que, como todos saben, era la deificación de Kukulcán, a quien Diego López de Cogolludo supone un capitán, cuyas hazañas lo hicieron digno de adoración. Diego de Landa Calderón asegura que este personaje vino del Poniente (centro del país) y se apoderó de Chichén Itzá. Como era de origen divino, voló al cielo.

El cronista no quiere rebasar los límites de la crónica, y va hacia «El Castillo», deseoso de contemplar la puesta del sol desde la elevada plataforma. Visita Chichén Itzá 1923 Acometemos pues, la empresa de salvar los ciento tres escalones de esta escalera empinada, de la que decía Landa que «es muerte el subirla». El cronista agrega que es peligroso el bajarla.

Recuerdo autóctono

Una de nuestras acompañantes se ha detenido frente a la conserjería. Quiere retratar al hijo del conserje. Esto parece no tener trascendencia a primera vista, pero resulta de una importancia incalculable. Luego nuestra amiga pondrá a la fotografía un rótulo en inglés y porque este chamaco desarrapado y descalzo servirá para que ella aparezca ante sus compatriotas los yanquis, como una heroína de película. ¿Os figurais el asombro de sus amigas cuando vean esta fotografía en pleno Nueva York?

   

Vista desde la cima de «El Castillo»

Desde la cima de «El Castillo» vemos ensancharse los horizontes y sentimos el vértigo de la altura mirando la majestad prestigiosa de esta escalera vertiginosa. Surgen entre la arboleda, a uno y otro lado, infinidad de montículos, coronados de columnas truncas y desmoronados cornisamentos (Las Mil Columnas). Son otros tantos restos de los encantados edificios de Chichén la magnífica.

Ondula frente a nosotros la blanca cinta de la recién abierta carretera que nos pone en comunicación con el mundo de los vivos. Sugeridoramente creemos estar contemplando una necrópolis prodigiosa, mirando, sin ver, estos jeroglíficos de las vigas, los bajorrelieves y primores de las cornisas y, prestigiándolo todo como una figura de pesadilla el símbolo del rito de Kukulcán, «la fiera sierpe».

Apenas podemos sustraernos para curiosear lo que tenemos cerca, porque estas imponentes moles que surgen entre los árboles nos subyugan con la pesadumbre majestuosa de su estructura gigantesca.

Visita Chichén Itzá 1923
Mapa de Chichén Itzá de 1911

El resto del paisaje, de una monotonía desesperante, se esfuma a lo lejos en tonalidades indecisas como las «vagorosas» lejanías del mar. Visita Chichén Itzá 1923. El sol oculta perezosamente en el horizonte, velado por unas nubecillas caprichosas que, según expresión de una de nuestras amigas, intentan copiar un paisaje japonés.

El día ha muerto también. Todo es silencio en Chichén Itzá, y el espíritu arrodillado ante la majestad de la hora, siente flotar en derredor de la nada.

   

El amanecer desde la cima de «El Castillo»

Tras una noche sugeridora y sedante, hemos vuelto a «El Castillo» para contemplar la salida del sol. El paisaje parece ahora más verde y la imaginación abre sus alas a la jubilosa diafanidad de la mañana.

Visitamos la «Casa de los Tigres«. Penetramos en la sala, convertida en museo, y admiramos estos maravillosos estucados de las paredes que dan la sensación de un alicatado peregrino con sus pinturas inverosímiles y sus bajorrelieves: guerreros, sacerdotes, casitas de igual configuración que las que fabrican aún los indios y una desconcertante y profusa continuidad de misteriosos jeroglíficos.

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«El Juego de Pelota»

Abajo se extiende el llamado «Juego de Pelota«. Es lo que Landa llama «dos teatros», porque en ellos «dicen que se representaban farsas y comedias para solaz del pueblo». Aquí se están llevando a cabo algunos trabajos de reparación, lo que ha dado ya por resultado la aparición del pretendido Chacmool. Visita Chichén Itzá 1923. La estatua en cuestión lleva el mismo nombre que el puesto por Augustus Le Plongeon a la encontrada por él en 1875.

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Acaso a estas figuras se refería Landa cuando hablaba de dos hombres, «labrados de piedra, cada uno de una pieza, en carnes, cubierta de honestidad», con la consabida pampanilla (uith). «Tenían», agregaba, «las cabezas por sí y con zarcillos en las orejas, como usaban los indios, y hecha una espiga por detrás del pescuezo, que encajaba en un agujero hondo, para ello hecho en el mismo pescuezo». El origen del nombre lo desconocemos hasta mitológicamente.

«El Castillo», en julio de 1923. Imagen de la prensa.

Sacrificios humanos

A la parte oriental de «El Castillo» y entre un cúmulo de montículos sembrados de reliquias, descubrimos los restos del templo que el repetido autor de la «Relación de las Cosas de Yucatán» tanto encarece. Aquí era sin duda donde las víctimas que iban a ser arrojadas al cenote impetraban a la divinidad, antes de emprender el viaje a la eternidad de donde esperaban volver a los tres días.

   

El guía nos muestra una gran losa sostenida por unas estatuas, la que hoy se llama mesa de los sacrificios. Visita Chichén Itzá 1923. Por nuestra imaginación desfilan escenas torturadoras, sangrientas, que se agrandan cuando nos asomamos a la boca dantesca del Cenote de los Sacrificios.

Si ante las ruinas de los templos el espíritu se arrodilla para llorar con la melancolía de las piedras la caducidad de las cosas, aquí se espanta ante el vértigo y el asombro terríficos de este pozo gigantesco que nos habla de los horrores de la muerte con la voz de todos los ancestros sacrificados.

Los pajarillos, más sabios del vivir que nosotros, entonan alrededor las dianas jubilosas de su regocijo.

Y emprendemos el regreso, recitando la elegía de «Las Ruinas de Itálica»: ¡Las torres que desprecio al aire fueron, a su gran pesadumbre se rindieron!

Chichén Itzá a mayo de 1923

Sr. Vidal González.

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